La lectura de Intemperie me ha dejado tal cual, a la
intemperie. Fui avanzando sobre la historia (sobrecogedora) con una mezcla de
pudor y vergüenza, sintiéndome espía, cómplice de algún modo del sufrimiento de
ese Niño del que no supe ni su nombre. Y cuando llegué a la última página,
apenas me quedaron fuerzas para levantarme del sofá. A su autor, un sevillano de adopción, lo he
visto en alguna ocasión paseando por la Alameda con su daliniano bigote y su
rostro angulado. Parece inofensivo pero escribe –lo leí en algún lugar- a
navajazo limpio, sin piedad. Por la presencia del paisaje (agónico, nadie vaya
a pensar en bucólicos escenarios) se le ha comparado con Delibes, por el viaje
hacia ningún lugar de los protagonistas, con Cormac McCarthy (el autor de la
novela “La carretera” en que se basa la
película homónima). Yo no recuerdo tanta desesperanza desde que leí a Onetti o
a Donoso.
Me llamó la atención que la crítica calificase su prosa -elegante,
cuidada, sobria en el detalle- de literatura
de otro tiempo, porque la novela, editada oportunamente por Seix Barral,
tuvo trece ediciones en un año, lo que es todo un logro en este tiempo.
Un último apunte: la novela se vendió en 15 países antes de
ser publicada en casa. Por eso, la editorial española ya pudo incluir en las solapas fragmentos de
las entusiastas críticas de los editores y críticos extranjeros. Así somos…
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